lunes, 12 de agosto de 2013

Elecciones de medio término

¿Qué se juega en una elección?¿el destino del país?¿el destino de las figuras políticas?


Ayer -se sintió en el diálogo entre Lanata y Carrió- de repente todos depusimos las armas.


Lanata y Carrió son efectivamente la oposición, los portadores materiales de la voz que le contesta al oficialismo, le advierte sus errores, le traza sus límites. Son ellos -y no Clarín en tanto Clarín, ni el devenido opositor Massa- porque son interlocutores de Cristina bajo su misma regla: la del espectáculo televisivo. Lanata con PPT, su show calculado, producido, nada improvisado, condensa todo lo que el periodismo puede hacer y aun más: las investigaciones exceden la calidad de la información de un noticiero; mientras que el formato televisivo excede la capacidad de un diario en papel para llegar a una audiencia televisada. Pero lo que es más importante, Lanata es una figura en sí misma, una potencia que se mantiene incólume a través de los distintos formatos y encasillamientos ideológicos por los que pasó. Por su parte Carrió, con su avasallante presencia ante la cámara de estudio y su oralidad concisa, clara, pero compleja a la vez, le contesta a Cristina con sus mismos elementos: cámara, oralidad, presencia.
Anoche, mientras dialogaban, se notaron tranquilos, quizás triunfantes. Pero un triunfo que sonaba más a alivio, a cansancio de batalla, a deposición de armas, y a un “todo lo que hicimos no fue en vano”. Carrió dice que ella se había pensado muerta, y resucitó. Todo eso, cansa.


Cristina, al menos por un instante, y aún sin reconocer la derrota, también doblegó su cólera habitual. El incomprensible dictum de la política argentina -que no es patrimonio sólo del kirchnerismo-, el de nunca reconocer el error. Y aún así, de todos modos, había que sobreentender ese reconocimiento, más por los gestos que por las palabras. Tuvo que decirse a sí misma: “Ahora paremos con el show, midamos más lo que decimos y cómo lo decimos, porque hasta ahora no funcionó”. La constatación de que la derrota es la derrota tiene un sabor diferente a toda la especulación encuestológica previa. La voluntad no es mensurable, alguien entra al cuarto oscuro y al mirar todas las boletas decide, ahí pasa algo, la decisión final nunca está asegurada hasta el último momento de la acción.


Una vez depuestas las armas (el 54%, el “preséntense a elecciones”, el fantasma de la derecha neoliberal), resta por ver qué es lo que se construye. Eso no está aún claro en la Argentina. ¿Qué se quiere construir? ¿En qué plano se ponen las ambiciones personales y en cuál otro el futuro del país? Dos cuestiones inescindibles, está claro: quienes llevan a cabo los proyectos son personas, el liderazgo es una inevitable necesidad de la política, sea territorial, sea mediática. Pero si la ambición personal (de uno o de varios) y el proyecto “superador” se necesitan el uno al otro, los momentos decisivos se manifiestan cuando éstos entran en contradicción. El peronismo, en general, termina resolviendo la contradicción en favor del personalismo.


El kirchnerismo es víctima -ahora- de haberse forzado a entrar en esa contradicción entre el personalismo y un proyecto (lo dijo Altamira: si iban con Massa a una interna, aún ganando el tigrense, los resultados hubieran sido otros). Los tiempos económicos no la determinaban a esa contradicción, fue la mala praxis política. Queda ahora ver qué vientos de cola vendrán.

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