sábado, 17 de agosto de 2013

Por qué me gusta Mad Men

I
En las primeras tres temporadas me enamoré de Don Draper. Me fascinaba ver cuando cruzaba el brazo por la cintura de su amante, la apretaba contra su cuerpo y le daba un beso mientras ella se dejaba seducir por esos ojos claros, de niño asustado que sin embargo sabe lo que quiere, y sobre todo, que tiene una sexualidad avasallante pero sutil.

Esas mujeres, inevitablemente, terminaban heridas, porque Don siempre volvía a casa con Betty, que lo esperaba fumando y con cara de culo. Siempre volvía con su mujer perfecta, sus hijos perfectos, su casa perfecta, su habitación de country house perfecta.

II
La anécdota que todos cuentan cuando empiezan a ver Mad Men es la escena en la que Peggy o Joan van a un ginecólogo que las atiende fumando, el cuadro se repite con varios médicos a los largo de la serie. Lo que atrapa al principio es ver cómo en cincuenta años la moral cotidiana cambió: está naturalizado que el cigarrillo hace mal, que no se debe tomar alcohol en los lugares de trabajo, que las mujeres tienen derecho a trabajar en puestos tradicionalmente masculinos, que los negros pueden ser presidentes.

A mi me gusta esa relación con el pasado que establece Mad Men, porque me remite, con su perspectiva, al presente. Su componente histórico –además- está ahí siempre: la muerte de Marilyn Monroe, el asesinato de Kennedy, las protestas de negros en el sur, el recital de los Beatles, la guerra de Vietnam, son escenas que van apareciendo para demostrar que la historia se mezcla con la vida de las personas.   

Mad Men lo tiene todo, porque además de esa ambientación de principios de los sesentas increíblemente lograda, de la meticulosidad en la cuestión histórica (los hechos, pero también los cambios de vestuarios, de decoraciones, de peinados), además de la superproducción en la forma estética de la serie, de su combinación de personajes hermosos y personajes grotescos, Mad Men transmite algunos pequeños dramas humanos que se repiten más allá del tiempo.

III
Podría elegir miles de escenas significativas para describir cómo Mad Men logra transmitir esos pequeños dramas. Pero hay dos que ahora recuerdo y que me gustan particularmente, porque están armadas – y eso es algo que también está en la forma en que se construyen sus diálogos- con más gestualidad que con expresión, quiero decir: se basan en gestos, no en la explicitación de lo que significan o deberían significar.

La primera es una escena en la que Betty está hablando por teléfono en el escritorio de Don. Al colgar, prueba con desesperación abrir el cajoncito que su marido tiene bajo llave y al que ella nunca accedió. Prueba una vez, lo sacude sin poder abrirlo, se resigna y se va. Es una escena aislada, recién unos capítulos más tarde va a encontrar, accidentalmente, la llave del cajón. En esa escena está condensada esa idea de todos los secretos que Don le guarda, no sólo sobre su pasado (las fotos de Dick Whitman, su nombre de nacimiento), sino que Don le guarda otros secretos. La engaña constantemente, le tiene que decir que se queda a dormir en Manhattan por trabajo, que se accidentó en un auto porque estaba borracho y solo (no con una de sus partenaires). Y Betty, en el fondo, sabe que no es verdad, sólo que le falta la confirmación de su sospecha: abrir el cajón. Sin la confirmación todavía queda la duda sobre la verdad, es la duda que le permite sobrevivir a ese matrimonio durante 9 años. El divorcio sobreviene casi inmediatamente después de que Betty encuentra la llave.

La otra escena es una en que Peggy invita a dormir a su casa a la secretaria negra que contratan en la quinta temporada. Cuando se va a dormir, borracha, saluda a la negra y se queda mirando su cartera que olvidó sobre la mesita ratona, en la que hay 400 dólares que le dio Sterling a cambio de un acuerdo espurio. La escena son sólo miradas, de Peggy a la cartera, de Peggy a la negra, de la negra a Peggy. La negra entiende la sospecha hacia ella y Peggy siente culpa, porque su moral es la moral del futuro, pero todavía lucha contra sus prejuicios heredados. No hay diálogo en el cuadro, Peggy se va a dormir y al otro día encuentra una cartita de agradecimiento. Que Peggy revise la cartera para buscar su plata hubiera sido un recargo de información que la serie no está dispuesta a pagar.

IV
Me desenamoré de Don Draper en las últimas temporadas. Pienso en lo llamativa que es la relación que establecemos con personajes ficticios cuando nos fanatizamos con una serie. Muchos amigos sintieron mucha tristeza cuando murió Gandolfini, pero mucho más tristeza sintieron por la imposibilidad de ver alguna otra vez vivo a Tony Soprano.


Pienso también que en toda relación que establecemos con las personas de carne y hueso hay algo de ficción que nos permite enamorarnos, ilusionarnos, decepcionarnos, ese intemporal drama humano.

1 comentario:

  1. Jamas vi un capítulo de 'hombre desquiciado'... pero me alcanzó la vida, para ver los efectos de la llave de Barba Azul; o las consecuencias de trocar el deseo motorizado por lo prohibido, por el abismo de desear lo prohibido. Es preferible llegar con la mente a los lugares desde los que el cuerpo no vuelve. Para cazar pathos, hay que hubicarse del lado correcto de la escopeta... Mis respetos, Sophia.

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