miércoles, 2 de octubre de 2013

La austeridad tiene que ver con la libertad

En las páginas del libro de Javier Auyero y María Fernanda Berti titulado La violencia en los márgenes aparecen dibujos de niños que están en la escuela primaria a los que les han dado una consigna: representar un situación que les gusta y otra que no les gusta de sus vidas. En varios dibujos aparecen figuras de hombres con armas disparándose. Cuentan algunos chicos que en sus barrios les atemoriza -a la noche, cuando intentan conciliar el sueño- el ruido de los disparos.


Cualquiera pensaría que un texto que empieza así continúa con lugares comunes de la izquierda, e incluso podría imaginar su desenlace: una demanda por más presencia estatal, por lucha contra el narcotráfico, por mejor educación y salud públicas, por la tan mentada “distribución del ingreso”, consensos que ya no vale la pena discutir porque nadie es tan insensato como para no compartirlos. Excepto para quienes caen en la trampa que proponen los cansados constructores del relato: agitar el fantasma de la derecha para opacar el cómo se resuelven esos problemas. Ignoro si la trampa es intencional o no.


Partimos -entonces- de una tesis: el poder político puede resolver problemas y los puede resolver mucho mejor que las organizaciones sociales, los sindicatos, los centros de estudiantes. Sobre todo, porque tiene todos los recursos disponibles.


Segunda tesis: cómo gestionar esos recursos más eficientemente es el real problema que tiene hoy la sociedad argentina, y es la sociedad la que tiene el problema porque ella misma es rehén de la clase política que ha perdido sus capacidades de gestión, conducción y eficiencia.
Sí, superamos al neoliberalismo (al igual que los otros países de Latinoamérica), hay más Estado, pero ese Estado: ¿funciona bien?
Hay que admitir la derrota real (insisto mucho en separar los términos real y simbólico, porque el kirchnerismo nos ha sometido a una confusión constante entre estos dos ámbitos): mayor Estado no se tradujo en mejor Estado. 
Pensemos qué Estado nos deja el kirchnerismo como sociedad y no qué le deja el kirchnerismo al kirchnerismo, o a los kirchneristas.
Hay más presupuesto para educación, para salud, tenemos una ley de trata, una ley de medios, una aerolínea de bandera, YPF, la AUH.
¿Por qué confiamos ciegamente en que el Estado va a resolver mejor esos problemas? ¿Sólo por altruismo de quienes participan del Estado? ¿Confiamos en su bondad? ¿Confiamos porque no portan “intereses”? ¿Por qué "interés" es mala palabra?
¿Acaso nuestras propias vidas no se explican por los intereses que nos mueven a hacer determinadas cosas y no otras? La libertad, esa palabra sagrada, no quiere decir más que eso: poder hacer, poder ser, poder desarrollar las fuerzas más íntimas de nuestras fibras humanas. Cualquiera que conozca la vida estatal puede jurar que en la mayoría de los casos ahí no hay nada de eso.


Tercera tesis: el kirchnerismo fue la reacción de izquierda a la tónica de derecha dominante en los noventa. Por eso fue muy difícil disputarle al gobierno por izquierda, y todas las organizaciones que se ubicaban dentro de ese espectro ideológico se dividieron entre los que no apoyaron al kirchnerismo y los que sí lo hicieron, estos últimos con el siguiente  razonamiento: si hasta el 2001 nuestras banderas eran las de un mayor Estado, la de la AUH, la de la lucha contra los indultos ¿por qué oponernos ahora a un gobierno que nos da todo eso?
Y como toda crítica a la ineficiencia estatal se ubica tradicionalmente a la derecha, no entraba en el esquema ideológico. La corrupción -que sí es una crítica tradicional de izquierda- por alguna razón, o bien se desconoció, o bien se la ninguneó por ser de un republicanismo contrario al ideario nacional popular.
La cuestión es que la pregunta por la eficiencia del Estado quedó opacada y se habilitó -por izquierda- la intervención del Indec (y con ello toda posibilidad de una discusión sensata sobre las estadísticas, justamente por carecer de un suelo común a partir del cual discutir), estatizaciones irresponsables y el acallamiento de problemas reales en los lugares tradicionales de un estado que se pretende igualador: educación, salud, trabajo y transporte.


Hoy Daniel Filmus dijo que de todas las mujeres de 24 años en el país, 84 mil no trabajan ni estudian. Lejos de reconocer una falla en la gestión estatal de los recursos, el senador aseguró que "la mitad de las mujeres ni-ni tienen niños menores de 5 años; gracias a la Asignación Universal por Hijo, están en el lugar que tienen que estar, cuidando a los chicos porque tienen recursos para hacerlo ". Lo curioso es el presupuesto -que tendría poca aceptación en la clase media profesional de la que proviene Filmus- de que la mujer tiene que estar en casa cuidando niños.
En total, los ni ni ascienden a 850 mil y probablemente muchos de los chicos que aparecen en el libro de Auyero con que abrimos este post, terminen perteneciendo -si las cosas siguen así- a esa categoría.

Quizás, por no querer -o temer- dar el debate acerca de cómo debe ser un Estado estemos hipotecando nuestro futuro como sociedad, no sólo como individuos.

1 comentario:

  1. Quizás lo más revelador del horror que representa el ex ministro de educación-senador-y candidato; sea que expuso ante sus 'clientes y potenciales', un gráfico de porcentuales que, sumados, resultaban el 115%. Pero a sus clientes no les importa. Ni a el, que no les importe... Mis respetos, Sophia.

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