En las páginas del libro de Javier Auyero y María Fernanda
Berti titulado La violencia en los márgenes aparecen dibujos de niños que están
en la escuela primaria a los que les han dado una consigna: representar un
situación que les gusta y otra que no les gusta de sus vidas. En varios dibujos
aparecen figuras de hombres con armas disparándose. Cuentan algunos chicos que
en sus barrios les atemoriza -a la noche, cuando intentan conciliar el sueño-
el ruido de los disparos.
Cualquiera pensaría que un texto que empieza así continúa
con lugares comunes de la izquierda, e incluso podría imaginar su desenlace:
una demanda por más presencia estatal, por lucha contra el narcotráfico, por
mejor educación y salud públicas, por la tan mentada “distribución del
ingreso”, consensos que ya no vale la pena discutir porque nadie es tan
insensato como para no compartirlos. Excepto para quienes caen en la trampa que
proponen los cansados constructores del relato: agitar el fantasma de la
derecha para opacar el cómo se resuelven esos problemas. Ignoro si la trampa es
intencional o no.
Partimos -entonces- de una tesis: el poder político puede
resolver problemas y los puede resolver mucho mejor que las organizaciones
sociales, los sindicatos, los centros de estudiantes. Sobre todo, porque tiene
todos los recursos disponibles.
Segunda tesis: cómo gestionar esos recursos más
eficientemente es el real problema que tiene hoy la sociedad argentina, y es la
sociedad la que tiene el problema porque ella misma es rehén de la clase
política que ha perdido sus capacidades de gestión, conducción y eficiencia.
Sí, superamos al neoliberalismo (al igual que los otros
países de Latinoamérica), hay más Estado, pero ese Estado: ¿funciona bien?
Hay que admitir la derrota real (insisto mucho en separar
los términos real y simbólico, porque el kirchnerismo nos ha sometido a una
confusión constante entre estos dos ámbitos): mayor Estado no se tradujo en
mejor Estado.
Pensemos qué Estado nos deja el kirchnerismo como sociedad
y no qué le deja el kirchnerismo al kirchnerismo, o a los kirchneristas.
Hay más presupuesto para educación, para salud, tenemos una
ley de trata, una ley de medios, una aerolínea de bandera, YPF, la AUH.
¿Por qué confiamos ciegamente en que el Estado va a
resolver mejor esos problemas? ¿Sólo por altruismo de quienes participan del
Estado? ¿Confiamos en su bondad? ¿Confiamos porque no portan “intereses”? ¿Por
qué "interés" es mala palabra?
¿Acaso nuestras propias vidas no se explican por los
intereses que nos mueven a hacer determinadas cosas y no otras? La libertad,
esa palabra sagrada, no quiere decir más que eso: poder hacer, poder ser, poder
desarrollar las fuerzas más íntimas de nuestras fibras humanas. Cualquiera que
conozca la vida estatal puede jurar que en la mayoría de los casos ahí no hay
nada de eso.
Tercera tesis: el kirchnerismo fue la reacción de izquierda
a la tónica de derecha dominante en los noventa. Por eso fue muy difícil
disputarle al gobierno por izquierda, y todas las organizaciones que se
ubicaban dentro de ese espectro ideológico se dividieron entre los que no
apoyaron al kirchnerismo y los que sí lo hicieron, estos últimos con el
siguiente razonamiento: si hasta el 2001 nuestras banderas eran las de un
mayor Estado, la de la AUH, la de la lucha contra los indultos ¿por qué
oponernos ahora a un gobierno que nos da todo eso?
Y como toda crítica a la ineficiencia estatal se ubica
tradicionalmente a la derecha, no entraba en el esquema ideológico. La
corrupción -que sí es una crítica tradicional de izquierda- por alguna razón, o
bien se desconoció, o bien se la ninguneó por ser de un republicanismo
contrario al ideario nacional popular.
La cuestión es que la pregunta por la eficiencia del Estado
quedó opacada y se habilitó -por izquierda- la intervención del Indec (y con
ello toda posibilidad de una discusión sensata sobre las estadísticas,
justamente por carecer de un suelo común a partir del cual discutir),
estatizaciones irresponsables y el acallamiento de problemas reales en los
lugares tradicionales de un estado que se pretende igualador: educación, salud,
trabajo y transporte.
Hoy Daniel Filmus dijo que de todas las mujeres de 24 años
en el país, 84 mil no trabajan ni estudian. Lejos de reconocer una falla en la
gestión estatal de los recursos, el senador aseguró que "la mitad de las mujeres ni-ni tienen niños menores de 5 años;
gracias a la Asignación Universal por Hijo, están en el lugar que tienen que
estar, cuidando a los chicos porque tienen recursos para hacerlo ". Lo
curioso es el presupuesto -que tendría poca aceptación en la clase media
profesional de la que proviene Filmus- de que la mujer tiene que estar en casa
cuidando niños.
En total, los ni ni ascienden a 850 mil y probablemente muchos de los
chicos que aparecen en el libro de Auyero con que abrimos este post, terminen
perteneciendo -si las cosas siguen así- a esa categoría.
Quizás, por no querer -o temer- dar el
debate acerca de cómo debe ser un Estado estemos hipotecando nuestro futuro
como sociedad, no sólo como individuos.
Quizás lo más revelador del horror que representa el ex ministro de educación-senador-y candidato; sea que expuso ante sus 'clientes y potenciales', un gráfico de porcentuales que, sumados, resultaban el 115%. Pero a sus clientes no les importa. Ni a el, que no les importe... Mis respetos, Sophia.
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