Me gusta la figura curva que forma el pelo lacio en su raíz en la frente de algunas mujeres. Me gusta caminar por la calle y sentir el olor a tilo, como si el perfume fuera un ornamento intencional de la naturaleza.
Me gustan las pieles suaves, lisas, morenas, limpias. Decía un cuento que yo leía de chica: -¿Con qué te lavas la cara, que tan limpia siempre está? -Me lavo con agua clara, y Dios pone lo demás.
Me gustan las manos masculinas, grandes y delicadas, sugieren una confianza que las manos pequeñas no.
Me gusta ver cómo esas manos se deslizan por el aire, toman un pequeño papel, lo arrollan, lo hacen una bolita.
Me gustan, también, las marcas que dejan las moras en la calle cuando caen de lo árboles. Todo ese violeta desorganizado bajo las copas, muestran el fruto divino desperdiciado, olvidado, pasado por alto.
jueves, 28 de noviembre de 2013
jueves, 7 de noviembre de 2013
All I want
¿Por qué renunciamos a pensar las cosas?
Porque es más fácil.
Es más fácil no pensar que pensar.
Lo que nadie recuerda del “conmigo no Barone” de Sarlo es
que después dijo “no sabés lo que me costó a mi tener mi propio pensamiento”
Tener un propio pensamiento es un trabajo, un esfuerzo, una
intensidad, una persistencia en querer descifrar un enigma. Ese enigma es
propio. Una propia visión del mundo. En ensayar una explicación, ponerla a
prueba, pensar sus argumentos, a favor y en contra, contrastar, recalcular,
revisar.
Tener una propia visión del mundo no es un ejercicio de
individualismo, ni de soberbia, ni de esnobismo.
El esnobismo es otra cosa, el esnobismo lo ejercen quienes
pueden manejar el lenguaje de manera tal que se genere alrededor de ellos una
mística de superioridad. Sólo ellos y sus aledaños lo creen valioso.
Tener una propia visión del mundo es el ejercicio de lo que
nos hace humanos, como dice Hannah Arendt en la película, probablemente en sus
libros también, no lo sé, no los leí.
No tengo una propia visión del mundo, sé que me falta.
Trato de que la ansiedad no me ciegue. Sé que hay algo ahí, al final de un
trayecto, que es parecido al saber. A cierto saber, y a cierto ejercicio de la
libertad.
Hay una épica en eso: que te mueva una curiosidad, que ese
movimiento se transforme en sistema, en persistencia, como quien pasa horas
tratando de develar un acertijo. Esa satisfacción en la resolución, en entender
algo de este mundo que nos fue dado para que sea entendido.
Porque este mundo no existe más que en nuestro
conocimiento, como conocimiento.
Conocer es clasificar, es sólo eso. Nada del mundo nos
señala que algo es algo. Y sin embargo, el mundo está hecho de esos seres que
son lo que nosotros nombramos, y ellos se reconocen como eso que nosotros
nombramos de tal manera.
Pienso en la Evita de 9 de julio. Esos pedazos de hierro
erigiéndose sobre un edificio público. Todo el simbolismo del mundo está ahí
representado: la ciudad, el hierro, el rodete, la voz, la mujer, el hombre, el
liderazgo, la pobreza, la riqueza, la argentinidad.
Esas categorías fueron inventadas en algún momento, y nos
sirvieron para entender algunas cosas, o clasificarlas -que es lo mismo- y
ordenarlas en un sistema. Y entonces comenzamos a actuar según esas categorías.
Y a ser mujeres las que éramos llamadas mujeres, y a ser hombres los que eran
llamados hombres, y a ser peronistas los que eran llamados peronistas, y a ser
radicales los que eran llamados radicales, y a ser buenos los que eran llamados
buenos y a ser malos los que eran llamados malos.
Y pensar, entonces, es saber que esas clasificaciones no
tienen por qué determinarnos. Y que el mundo es mucho más libre de lo que
nosotros queremos que sea, y que podemos inventar nuevas maneras de pensarlo y
entenderlo, a veces incluso más acordes a la época.
Eso, supongo, es tener una propia visión del mundo.
sábado, 2 de noviembre de 2013
1936
“También en la política es perceptible la modificación que
constatamos trae consigo la técnica reproductiva en el modo de exposición. La
crisis actual de las democracias burguesas implica una crisis de las
condiciones determinantes de cómo deben presentarse los gobernantes. Las
democracias presentan a estos inmediatamente, en persona, y además ante
representantes. ¡El Parlamento es su público! Con las innovaciones en los
mecanismos de transmisión, que permiten que el orador sea escuchado durante su
discurso por un número ilimitado de auditores y que poco después sea visto por
un número también ilimitado de espectadores, se convierte en primordial la
presentación del hombre político ante esos aparatos. Los Parlamentos quedan
desiertos, así como los teatros. La radio y el cine no sólo modifican la
función del actor profesional, sino que cambian también la de quienes, como los
gobernantes, se presentan ante sus mecanismos. Sin perjuicio de los diversos
cometidos específicos de ambos, la dirección de dicho cambio es la misma en lo
que respecta al actor de cine y al gobernante. Aspira, bajo determinadas
condiciones sociales, a exhibir sus actuaciones de manera más comprobable e
incluso más asumible. De lo cual resulta una nueva selección, una selección
ante esos aparatos, y de ella salen vencedores el dictador y la estrella de
cine.”
Walter Benjamin
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