jueves, 28 de noviembre de 2013

Tu nunca dices qué hay en ti

Me gusta la figura curva que forma el pelo lacio en su raíz en la frente de algunas mujeres. Me gusta caminar por la calle y sentir el olor a tilo, como si el perfume fuera un ornamento intencional de la naturaleza.
Me gustan las pieles suaves, lisas, morenas, limpias. Decía un cuento que yo leía de chica: -¿Con qué te lavas la cara, que tan limpia siempre está? -Me lavo con agua clara, y Dios pone lo demás.
Me gustan las manos masculinas, grandes y delicadas, sugieren una confianza que las manos pequeñas no. 

Me gusta ver cómo esas manos se deslizan por el aire, toman un pequeño papel, lo arrollan, lo hacen una bolita.
Me gustan, también, las marcas que dejan las moras en la calle cuando caen de lo árboles. Todo ese violeta desorganizado bajo las copas, muestran el fruto divino desperdiciado, olvidado, pasado por alto.

jueves, 7 de noviembre de 2013

All I want


¿Por qué renunciamos a pensar las cosas?
Porque es más fácil.
Es más fácil no pensar que pensar.
Lo que nadie recuerda del “conmigo no Barone” de Sarlo es que después dijo “no sabés lo que me costó a mi tener mi propio pensamiento”
Tener un propio pensamiento es un trabajo, un esfuerzo, una intensidad, una persistencia en querer descifrar un enigma. Ese enigma es propio. Una propia visión del mundo. En ensayar una explicación, ponerla a prueba, pensar sus argumentos, a favor y en contra, contrastar, recalcular, revisar.
Tener una propia visión del mundo no es un ejercicio de individualismo, ni de soberbia, ni de esnobismo.
El esnobismo es otra cosa, el esnobismo lo ejercen quienes pueden manejar el lenguaje de manera tal que se genere alrededor de ellos una mística de superioridad. Sólo ellos y sus aledaños lo creen valioso.
Tener una propia visión del mundo es el ejercicio de lo que nos hace humanos, como dice Hannah Arendt en la película, probablemente en sus libros también, no lo sé, no los leí.
No tengo una propia visión del mundo, sé que me falta. Trato de que la ansiedad no me ciegue. Sé que hay algo ahí, al final de un trayecto, que es parecido al saber. A cierto saber, y a cierto ejercicio de la libertad.
Hay una épica en eso: que te mueva una curiosidad, que ese movimiento se transforme en sistema, en persistencia, como quien pasa horas tratando de develar un acertijo. Esa satisfacción en la resolución, en entender algo de este mundo que nos fue dado para que sea entendido.
Porque este mundo no existe más que en nuestro conocimiento, como conocimiento.
Conocer es clasificar, es sólo eso. Nada del mundo nos señala que algo es algo. Y sin embargo, el mundo está hecho de esos seres que son lo que nosotros nombramos, y ellos se reconocen como eso que nosotros nombramos de tal manera.
Pienso en la Evita de 9 de julio. Esos pedazos de hierro erigiéndose sobre un edificio público. Todo el simbolismo del mundo está ahí representado: la ciudad, el hierro, el rodete, la voz, la mujer, el hombre, el liderazgo, la pobreza, la riqueza, la argentinidad.
Esas categorías fueron inventadas en algún momento, y nos sirvieron para entender algunas cosas, o clasificarlas -que es lo mismo- y ordenarlas en un sistema. Y entonces comenzamos a actuar según esas categorías. Y a ser mujeres las que éramos llamadas mujeres, y a ser hombres los que eran llamados hombres, y a ser peronistas los que eran llamados peronistas, y a ser radicales los que eran llamados radicales, y a ser buenos los que eran llamados buenos y a ser malos los que eran llamados malos.
Y pensar, entonces, es saber que esas clasificaciones no tienen por qué determinarnos. Y que el mundo es mucho más libre de lo que nosotros queremos que sea, y que podemos inventar nuevas maneras de pensarlo y entenderlo, a veces incluso más acordes a la época.

Eso, supongo, es tener una propia visión del mundo. 

sábado, 2 de noviembre de 2013

1936

“También en la política es perceptible la modificación que constatamos trae consigo la técnica reproductiva en el modo de exposición. La crisis actual de las democracias burguesas implica una crisis de las condiciones determinantes de cómo deben presentarse los gobernantes. Las democracias presentan a estos inmediatamente, en persona, y además ante representantes. ¡El Parlamento es su público! Con las innovaciones en los mecanismos de transmisión, que permiten que el orador sea escuchado durante su discurso por un número ilimitado de auditores y que poco después sea visto por un número también ilimitado de espectadores, se convierte en primordial la presentación del hombre político ante esos aparatos. Los Parlamentos quedan desiertos, así como los teatros. La radio y el cine no sólo modifican la función del actor profesional, sino que cambian también la de quienes, como los gobernantes, se presentan ante sus mecanismos. Sin perjuicio de los diversos cometidos específicos de ambos, la dirección de dicho cambio es la misma en lo que respecta al actor de cine y al gobernante. Aspira, bajo determinadas condiciones sociales, a exhibir sus actuaciones de manera más comprobable e incluso más asumible. De lo cual resulta una nueva selección, una selección ante esos aparatos, y de ella salen vencedores el dictador y la estrella de cine.”

Walter Benjamin